lunes, 4 de enero de 2010

Negociaciones. Puentes estratégicos entre el arte y nuevos públicos. Honduras, julio del 2009.

Mesa 1. Estrategias de educación.

Formalizar la educación no formal

Marivi Véliz

Creo que el problema fundamental entre arte y educación en nuestra región, al menos en Guatemala (parece que se hace extensivo para Honduras, El Salvador y Nicaragua) es que no se producen textos o publicaciones que sirvan como instrumentos de enseñanza. Hasta ahora, dentro de las dinámicas del arte contemporáneo se han encauzado esfuerzos para crear redes de producción, exhibición, difusión e internacionalización del arte. En menor medida, esto ha estado acompañado por un movimiento crítico, el cual, de manera general, solo se comunica con nuestro incipiente sistema de arte. Este es un problema que limita la función crítica misma que tiene la obra contemporánea. Además, nos habla de la necesidad de sistematizar técnicamente experiencias para fijarlas dentro de la memoria colectiva y la de pensar al público en términos formativos, relacionales y nunca pasivos.

El primer problema con el que chocamos a la hora de introducir la historia del arte desde perspectivas regionales es que ni siquiera contamos con una historia del arte latinoamericano que se adscriba a los conceptos y categorías que nos ha heredado la llamada historia del arte universal. La idea del arte, entendido como mímesis, que fue en mayúsculas el ARTE, es una noción occidental que nos llega con la colonización y eso nos introduce un problema epistemológico fundamental para organizar, desde esta latitud, ese saber, siguiendo la metodología de la historia. Tenemos así que la producción simbólica del mundo precolombino se estudia desde la antropología, mientras que el arte latinoamericano (para el caso, centroamericano) comienza con el surgimiento de las academias y la llegada de la modernidad a América. Ni siquiera de esta época, donde los cánones estaban muy bien pre-establecidos, queda un texto aglutinador, que resuma el quehacer de la región.

Ya dentro del siglo XX aparecieron algunas publicaciones, sobre todo recopilando el arte de ese mismo siglo, siempre con visiones sesgadas, parciales y criterios de selección medio caprichosos, en función del buen gusto burgués. Por más que el realismo mágico y las etiquetas de identidad totalizaron la imagen del continente, nuestra pluriculturalidad no se integró a ningún discurso homogenizador. Este problema a lo sumo se ha resuelto haciendo historias del arte locales, vinculadas al modelo del Estado-Nación que quedó incrustado como forma de organización política.

Guerras y revoluciones dividen abruptamente el siglo XX en América Latina. En los años 60 -70´s el continente vive un período de represión a los movimientos de liberación nacional y los efectos de la guerra fría. Los países centroamericanos sufren el impacto de estos acontecimientos mucho más que el resto de Latinoamérica. Esto trajo consigo el quiebre de las instituciones, largos períodos de silencio y la progresiva ruina de la educación. Reforzó la idea de la cultura como patrimonio e idealización de un pasado inexistente, del arte como algo inútil, exclusivamente productor de belleza, al parecer ajeno al subdesarrollo, la inestabilidad y la crisis permanente. Sobre esas circunstancias comenzaron a actuar la globalización, la posmodernidad, y la producción del arte contemporáneo. La modernidad fue quedando entonces como un proyecto de valores nacionales coartados, una nostalgia, un imposible anhelo al que hoy se aferran muchos de nuestros intelectuales, en su mayoría del campo de las letras o de la producción de sentido a través de la palabra, compréndase, los científicos sociales.

La mediación de la nueva producción del arte, en sus contextos, ha quedado en manos en especialistas formados desde y para el sistema del arte, más como agentes que actúan dentro de un campo limitado, con escasa interrelación con otros campos sociales, que como un mecanismo de comunicación social de un país o una región determinada. Este fenómeno que parece responder más a la ultra especialización de las fuerzas productivas que a la función crítica que tiene el arte sobre éstas, se refleja de manera profunda en el área educativa, sobre todo dentro de la educación formal y especializada, que es la más ligada a las instituciones oficiales.

En Guatemala, la educación formal en arte es prácticamente inexistente. Se concibió dentro del concepto de educación por el arte para promover valores estéticos y cívicos, pero nunca funcionó. Esto suponía que los alumnos fueran evaluados teóricamente, sin considerar ningún parámetro artístico, como la creatividad por ejemplo. Pasó a ser la clásica bomba insoportable, inútil dentro de la formación del estudiante.

En la enseñanza superior es complementaria en carreras de diseño, arquitectura, periodismo, etc, que demandan un conocimiento más especializado, sin embargo, éste se conceptúa cuanto más hasta los setenta. Ahí la historia se detiene. De esa época son los programas de estudios vigentes de la Escuela Nacional de Artes Pláticas (ENAP), y de la recién inaugurada Escuela Superior de Arte de la San Carlos, la Universidad Nacional. Ésta, por cierto, fue un proyecto que estuvo engavetado por 50 años. ¿Si las instituciones que representan la educación especializada en arte mantienen estos viejos esquemas, cómo se van a enriquecer el resto de las estructuras educativas?

La vertiente que ante estas circunstancias sigue cobrando fuerza es la de la educación no formal, que a su vez tiene dos grandes líneas, una que busca formar ciudadanía y otra que busca desarrollar públicos. La primera es impulsada por ONG´s con el objetivo de fomentar la creatividad y la creación artística para potenciar capacidades individuales y romper los cercos de marginación y pobreza. En muchos casos se olvidan que el ciudadano también puede optar por ser artista, y no le ofrecen puentes para seguir en este tipo de formación, ó la que le ofrecen va destinada a replicar las mismas dinámicas. Por otra lado, estas iniciativas operan en zonas vulnerables, muchas en el área rural o semirural, y mantienen poco contacto con el movimiento de arte contemporáneo, básicamente citadino y congregado alrededor de actividades expositivas. También, se mantienen ajenas al sistema del arte local porque generalmente responden a redes similares que trabajan temas de desarrollo desde las variables de juventud, comunidad o género, subvencionadas por cooperaciones internacionales. A nivel metodológico, este tipo de esfuerzo pudiera contribuir con la creación de instrumentos educativos para públicos más amplios.

El otro caso significativo dentro de la educación no formal son los cursos de que ofrecen los centros culturales, en particular los binacionales y los centros culturales de España en la región. Éstos en principio tienen la finalidad de educar para ganar más públicos y enriquecer el eje cultura-desarrollo. Mi experiencia personal con el Centro Cultural de España en Guatemala ha sido bastante satisfactoria, el problema es que los programas de formación no trabajan para alcanzar resultados específicos, y a veces parece que uno cumple con una agenda de entretenimiento, que trabaja para mantener un público alrededor de las actividades que allí se hacen y nada más. A mediados del 2006, junto con Rodolfo Arévalo, impartimos un curso dentro del segmento Centrodearte durante 15 meses. En el programa estaba planteado hacer una sistematización de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje, pensando en construir un libro de texto que sirviera para otros proyectos educativos, y que a su vez nos permitiera pasar a otro nivel de la experiencia, no repetirnos. La propuesta además contemplaba la posibilidad de entrelazar la contemporaneidad de una manera global, subrayando los procesos de Guatemala y la región. Pese a que desde un principio estuvo planteada, nunca se entendió de qué se trataba. Existe el prejuicio de que sistematizar es repasar, hacer memoria sin filo crítico y no se sabe muy bien para qué sirve esto. ¿Para qué hacer un libro más de arte?

Sistematizar significa volver a la metodología plateada por Paolo Freire, que propone recopilar el conocimiento colectivo para construir saber: 10 personas juntas saben más que un técnico aunque éste sea el especialista. Lo que se propone es construir texto en colectivo bajo la guía del especialista. Se recupera el o los aspectos sobre los que cada quien reflexionó o investigó, de los tratados en clase, se enriquece con los datos y la formación pre-existente y se pondera el elemento contextual que contribuye con la construcción del sentido crítico de cada uno de los temas. Este método es una de las tantas maneras posibles de construir textos, que dimensionen la significación que tienen las experiencias artísticas actuales.

Indudablemente las iniciativas más experimentales y creativas que se están dando hoy en el campo de la educación en arte están en el área no formal, la que por extensión también abarca ciertos programas de televisión, de sociabilización de migrantes, redes de la web, etc. Hay que ir formalizando la educación no formal para que este tipo de experiencias vayan calando en el logos del inconciente colectivo de nuestros países, para que vayan pasando a ser parte de nuestra realidad discursiva. En la medida que existan documentos que nos permitan acceder a la información que esta área nos provee, que desde ahí se propongan estrategias de difusión e interacción con el conocimiento artístico, se podrá ir transformando la educación formal y especializada. Ésta constituye el trampolín de interlocución más expedito con la sociedad civil.

Lo que tradicionalmente se ha visto como una debilidad es una ventaja. El hecho de que no hayamos tenido una buena educación en arte hace más de 50 años deja el camino abierto a nuevos métodos que no han de enfrentarse a los férreos esquemas de la modernidad. En Costa Rica donde existen diferentes oportunidades para hacer estudios superiores de arte, es notable ver que los artistas más reconocidos hoy no son fruto de esas promociones. Ese es un poco el reflejo de lo que está siendo la educación en el mundo: las universidades tienden cada vez más a captar estudiantes-clientes y los programas de estudio aspiran a crear competencias de laboratorio, distanciadas del hervidero sociocultural. La riqueza que ofrece la educación no formal ahora, y la posibilidad que tiene para relacionarse con las práctica artísticas es la plataforma que puede hacer posible una transformación educativa, creo que integral, pero para no ir demasiado lejos, digamos en arte. Es con nuestro trabajo docente, crítico, curatorial o artístico, apoyado por textos que lo mantengan vigente y en discusión, que tenemos que "instituir" el diálogo, invadir la esfera pública y moldear los discursos.

También ésta puede ser una línea de acción desde el sistema del arte mismo. En la actualidad se invierte muchísimo en montar exposiciones, se movilizan a artistas y curadores y se crean catálogos de estos eventos. Éstos la mayoría de las veces se empeñan en ser un registro fiel de la muestra, dedican grandes espacios a las imágenes y los curadores vuelven a escribir. Son bastantes hedonistas. Pocas veces se aprovechan como espacios críticos para que intervengan otros actores más allá de los participantes, o en ese caso se acude la facilidad de la entrevista. Se piensa poco en optimizar el documento y en buscar mecanismos de interlocución cada vez más amplios, ya no pensemos didácticos.

Desde este punto, incluso, podría ser útil interpelar el papel que están tenido las ciencias sociales en la actualidad. ¿dónde han quedado los sociólogos, los pedagogos? Hace apenas unos días tuvimos un conversatorio que sirvió para clausurar el actual programa de CulturaversusCultura, siempre en el Centro Cultural de España en Guatemala. Participaron Rosina Cazali, hasta hace poco casi la única curadora independiente del país, Gustavo Palma, un reconocido historiador, que trabaja para la Asociación de Avance de las Ciencias Sociales (AVANCSO) y Silvia Trujillo, socióloga, profesora universitaria, investigadora vinculada en algún momento a la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). El tema que nos reunía era la relación ciencias sociales y arte contemporáneo. En pocos minutos se hizo evidente la manera en que el arte sigue siendo visto como productor de belleza desde las ciencias sociales en general, y por lo tanto, sin ningún función crítica inmediata. Es como si los profesionales de esta rama no leyeran los periódicos, o vivieran en mundos paralelos, aludiendo al sujeto esquizoide de que hablara Deleuze. A mi particularmente, lo que me sigue llamando la atención es el silencio alrededor de ciertas obras que son muy provocadoras y públicas. No es comprensible que a veces hasta teniendo columnas de opinión en los periódicos no se esfuercen por dar razones, por buscar argumentos desde su campo de saber, a favor o en contra de ciertas obras. Esto es algo que parece que está empezando a cambiar y creo que también pudiera contribuir con situar algunos debates en torno al arte en el espacio público. Algo que en principio tendría un valor educativo y que paulatinamente iría calando el ámbito de las instituciones sociales.

En resumen, toda la experimentación que se da en el ámbito de la educación no formal, en su sentido más amplio, enriquece la educación en general, pero para que éstas se conozcan, se superen, se critiquen tienen que ir ganando un lugar en la memoria colectiva. Eso solo es posible a través de la palabra escrita, que hace de un acontecimiento efímero un hecho perdurable. En ese sentido hay que echar mano a todos los medios posibles, la prensa, los blogs, los catálogos, las editoriales, las tesis universitarias, y sobre ellos también volcar la crítica, la búsqueda de rutas comprensivas. Por ahí hay un camino a la teoría, a metodologías más frescas que nos ayuden a tomar conciencia de nosotros mismos.

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